Referentes conceptuales

Pensar la ciencia desde el género

La relación entre la ciencia y el género ha sido ampliamente discutida tanto en estudios disciplinares como transdisciplinares. Más que una preocupación reciente, este vínculo se ha pensado desde la consolidación de la ciencia como institución moderna (Fox Keller, 2001)1. El género no constituye una variable añadida de forma posterior a su institucionalización; por el contrario, ha sido parte estructurante de los marcos epistemológicos, los métodos, las prácticas y las lógicas de legitimación y producción del conocimiento científico.

Con la intención de sostener una reflexividad como investigadora en este proyecto doctoral, propongo comenzar con una mirada crítica a las asociaciones que vinculan de forma directa el problema del género y la emocionalidad exclusivamente con las experiencias de las mujeres. Esta reflexión busca precisamente evitar caer en los esquemas binarios que cuestiono en la primera parte del documento. Reconocer que las subjetividades y los afectos forman parte de la experiencia de todos los sujetos involucrados en la práctica científica permite revisar con mayor conciencia las decisiones teóricas, metodológicas y poblacionales del proyecto.

En el marco de esta tensión, y reconociendo sus límites, mi investigación se sitúa en un lugar de enunciación específico: las experiencias subjetivas y emocionales en la producción de conocimiento de las mujeres científicas en Colombia. Aunque no se parte de la idea de que las subjetividades, y en particular las afectividades en la ciencia, sean un rasgo exclusivo de lo convencionalmente entendido como femenino, el interés está en reconocer que, si bien existen aportes significativos sobre estos temas, aún persisten vacíos por explorar. Este trabajo busca contribuir a esa discusión desde una perspectiva poco abordada: la articulación entre la cienciometría y una aproximación cualitativa centrada en las emociones epistémicas (Candiotto 2023). No se trata de contraponer mundos emocionales entre hombres y mujeres, ni de reforzar lecturas identitarias cerradas, sino de abrir un espacio crítico para atender cómo las científicas viven, narran y elaboran su experiencia en relación con la práctica y la producción de conocimiento.

En este marco, resulta primordial recuperar la reflexión de Fox Keller (2001): "si las mujeres se hacen, más que nacen, sin duda lo mismo les ocurre a los hombres. Y también a la ciencia" (p. 149). Esta afirmación abre la posibilidad de dirigir la mirada hacia la propia constitución de la ciencia como un proyecto históricamente situado, y al género como parte constitutiva de sus discusiones. En este sentido, invita a desnaturalizar los discursos que la presentan como neutral, objetiva o ajena a las marcas de género, y a reconocer que sus formas de producción de conocimiento también han estado atravesadas por matrices sociales y culturales que deben ser interrogadas. Como lo plantea Haraway (1988), la ciencia tradicional ha sostenido una idea de objetividad que excluye al cuerpo, la historia y las emociones, a partir de una retórica que encarna una producción de verdades que se presentan como objetivas invisibilizando las condiciones concretas en las que se produce el conocimiento.

Desde esta perspectiva, considero fundamental desarrollar una aproximación crítica al vínculo entre ciencia y género. En este proyecto, resulta central reconocer la constitución mutua entre ambas categorías: una relación que ha generado efectos materiales y simbólicos en los distintos sujetos que participan en la práctica científica. Desde una mirada sociotécnica, se han consolidado asociaciones que vinculan la objetividad2 con un desempeño científico masculinizado asociado a ideales de neutralidad o de verdad científica (Fernández Rius, 2012) 3. Esta configuración, además, se ha sostenido mediante la proyección de un escenario neutro, a pesar de que reproduce formas de identificación sexo-genérica, por ejemplo, a través del lenguaje y las metáforas que aún habitan en las expresiones cotidianas con las que describimos la ciencia4.

Frente a estas discusiones, vale la pena recuperar algunas preguntas que plantea Fernández Rius ( 2012) las cuales permiten tensionar los atributos que históricamente se han asociado a los sujetos de la ciencia, así como las formas en que estas características configuran y median el quehacer científico: "¿La presencia significativa de las mujeres en la ciencia, relativamente reciente, habrá traído consecuencias en los diseños, problemas, métodos y concepciones científicas? ¿Podría cambiar ello la noción de lo que es entendido como ciencia?" (Fernández Rius 2012).

Estas preguntas no solo abren la posibilidad de pensar en los cambios en las estructuras de participación, sino también en los sentidos que organizan la práctica científica. No es posible hablar de ciencia sin considerar a quienes la hacen ni a los contextos culturales, históricos y políticos que la atraviesan. Interrogar el lugar de las mujeres en la producción de saberes científicos permite también poner en cuestión los resultados mismos de la ciencia: los productos que se generan, las formas en que circulan y los significados que adquieren socialmente.

Como señala Fox Keller (2001), el problema de la relación entre ciencia y género no se reduce a la "ausencia relativa de las mujeres en la ciencia" (Fox Keller, 2001, p. 151). Se trata, más bien, de un problema del pensamiento científico mismo, que no se resuelve únicamente con la incorporación o formación de más mujeres académicas, aunque esto siga siendo una tarea necesaria.

La racionalidad científica, al configurarse como un modo de alcanzar una verdad universal y replicable, se ha sostenido en la exclusión sistemática de dimensiones como la emocionalidad y la subjetividad. El saber científico ha delineado fronteras sobre qué se considera conocimiento válido y qué queda fuera de los márgenes de la ciencia. De este modo, se han consolidado criterios de productividad, éxito y autoridad científica que, aún hoy, siguen condicionando las formas de hacer ciencia. No obstante, diversos autores han cuestionado esta exclusión al vincularse con el estudio de las emociones en el ámbito científico. Uno de ellos es Barbalet (2002), quien sugiere que, a pesar de la marginalización histórica, ciertas emociones son un aspecto esencial del trabajo científico.

Desde mi perspectiva, excluir el repertorio de las sensibilidades emocionales ha servido como un dispositivo ideológico que ha condicionado la posibilidad de imaginar y llevar a la práctica otras formas de producir conocimiento. Si la ciencia históricamente se articuló sobre una base excluyente, también es posible desmontar esas fronteras y construir una ciencia que incorpore la diversidad de experiencias, saberes y afectos, no como elementos marginales, sino como dimensiones sustanciales de su quehacer.

No hay ciencia sin emociones

Latour (2001) en La esperanza de Pandora, afirma que si "los estudios sobre ciencia han logrado algo (...) ha sido sin duda añadir realidad a la ciencia, no quitársela" (Latour, 2001, p. 15). Esta afirmación propone una ruptura con el racionalismo y sus certezas absolutas, y nos invita a explorar otros enfoques posibles. Uno de ellos es el concepto de práctica, que permite abrirnos a las diversas maneras de producir ciencia y los modos de proceder, de pensar, de habitar. Este giro implica un cambio fundamental en la forma de entender la relación científica: desplazar el foco de la ciencia como entidad abstracta hacia la investigación como proceso situado (Haraway, 1988). Estudiar las prácticas, el cómo se produce conocimiento, nos acerca a una comprensión más plural, concreta y encarnada del quehacer científico.

Para comprender las prácticas, quisiera remitirme a algunos postulados de De Certeau (1996), quien resalta el papel subversivo de las prácticas, o artes del hacer, frente a las normas impuestas por las instituciones científicas en este caso. Esto implica que quienes participan en la producción de conocimiento no solo reproducen los métodos, técnicas o rutinas institucionalizadas, sino que también las reinterpretan, las modifican y las ejercen desde el deseo. En este sentido, Barbalet (2002) aporta un ejemplo relevante al argumentar que la ciencia puede estar impulsada por la curiosidad, en una línea aristotélica, o por la utilidad del descubrimiento, según la perspectiva de Bacon. Desde esta mirada, las emociones, lejos de ser ajenas a la práctica científica, aparecen como motores fundamentales para procesos como la motivación. Aunque en apariencia quedan excluidas de los criterios de validación de resultados, siguen siendo centrales en las dinámicas cotidianas del quehacer científico. De hecho, esta exclusión es parte de la crítica a la productividad científica, especialmente en relación con prácticas como la publicación, donde lo que se valida no siempre representa todo lo que moviliza el trabajo científico.

Al situar la producción de conocimiento científico desde la perspectiva de las prácticas, se configura una noción de la ciencia como una construcción sociotécnica, regida por lógicas operativas específicas. En su búsqueda de objetividad, la ciencia ha requerido procesos de purificación: el uso de lenguajes cada vez más abstractos, la separación entre sujeto y objeto, y la exclusión sistemática del cuerpo. Estas operaciones buscan generar un marco estabilizador que, paradójicamente, es profundamente emocional, aunque se presente como producto exclusivo de la racionalización y la esquematización (Bauman y Briggs 1990). Estas epistemologías de la purificación ocultan que "las percepciones de las cosas cambian a través de la consciencia emocional" (Barbalet, 2002, p. 142). Así, podría afirmarse que el sistema sociotécnico de la ciencia desprecia, de manera naturalizada, el rol de las emociones, a pesar de que la estabilidad de sus prácticas se sostiene precisamente en aspectos emocionales como la confianza, la credibilidad y la verosimilitud.

Frente a esto, podríamos afirmar que la práctica científica está atravesada por múltiples motivaciones, muchas de las cuales son profundamente emocionales. Un ejemplo claro es el deseo de reconocimiento, que implica un fuerte compromiso afectivo, ya que conlleva la posibilidad de obtener ganancias tanto simbólicas como materiales. En este sentido, el trasfondo emocional opera como un medio donde se aprenden y se moldean impulsos, como el placer de la curiosidad, que moviliza gran parte del quehacer investigativo, aunque rara vez sea explicitado dentro de los discursos oficiales de la ciencia.

Candiotto (2019) afirma que las emociones tienen un significado especial en la producción de conocimiento. Diversos estudios revisados por esta autora han mostrado una preocupación particular por los roles que desempeñan las emociones y los estados afectivos en la vida científica, dimensiones que ella considera fundamentales para comprender el proceso investigativo en toda su complejidad. En esta línea, propone un giro que se movilice de una perspectiva emocional centrada en la filosofía moral, hacia una perspectiva epistemológica en relación con la ciencia. Como señala, "las emociones se entrometen en nuestro razonamiento" (Candiotto, 2019, p. 3), lo que implica que los comportamientos emocionales no solo inciden en los juicios morales, sino que también influyen, y a veces dificultan, la comprensión adecuada de los fenómenos de conocimiento.

Además, desde una perspectiva neurocientífica, se ha descubierto una funcionalidad especial en la interacción entre razón y emoción. Sin embargo, la epistemología de la ciencia sigue manteniendo una considerable distancia respecto a esta interacción. Como se menciona en Candiotto (2019) [citando a Hookway (2003),]{.mark} son pocos los teóricos que se atreven a reconocer el papel positivo de las emociones en la producción de conocimiento. Por el contrario, parece prevalecer la idea de que las emociones son negativas y que solo sirven para generar sesgos. Dado que la epistemología científica ha estado principalmente orientada a configurar los caminos hacia la verdad objetiva, las emociones han quedado excluidas de este proceso.

Otro punto clave en esta discusión es la comprensión de las emociones desde una dimensión social, particularmente en relación con el papel que desempeñan en las comunidades epistémicas. Esto implica reconocer el valor de la creencia, el trabajo colectivo y la construcción compartida del conocimiento. Candiotto (2019) señala "el papel que desempeñan los sujetos y las comunidades epistémicas en la agencia epistémica, discutiendo así el significado epistémico de sus estados afectivos en las prácticas de formación de creencias" (Candiotto, 2019, p. 6). En este sentido, los sujetos y comunidades epistémicas (como científicos, intelectuales o colectivos de investigación) no solo producen conocimiento, sino que lo hacen desde una posición activa: forman creencias, evalúan evidencias y razonan de manera situada. Analizar el papel que tienen las emociones o afectos en este proceso permite ampliar la noción de agencia epistémica, reconociendo que el conocer no es solo un acto racional, sino también afectivo y relacional. En esta línea, y retomando a De Certeau (1996), la actividad productiva siempre depende de un otro y se encuentra en constante tensión con él, lo que permite volver a situar la dimensión emocional dentro de las prácticas cotidianas de producción de conocimiento.

Las emociones hacen posible pensar también, pensar desde el cuerpo, desde el sentir y desde en estar afectado (Candiotto 2019). Para cerrar, quisiera insistir en que no se trata solo de hablar del mundo emocional entendido como una experiencia interior, sino del mundo afectivo en sentido amplio, es decir, de aquello que se configura en la interacción entre cuerpos, entornos, materialidades y sentidos. En este marco, resulta valioso el concepto de "estados afectivos" trabajado por Candiotto (2019), que incluye emociones, meta-emociones y estados de ánimo, y que desplaza el enfoque racionalista extremo que ha negado históricamente cualquier valor epistémico a las emociones. Las meta-emociones, por ejemplo, implican una capa reflexiva sobre nuestras propias emociones y la forma en que las valoramos, abriendo un espacio de conciencia afectiva que también informa el conocimiento. Desde allí, se hace posible afirmar que las emociones y los afectos no solo importan para la motivación, sino que cuentan para la labor epistémica misma. En este horizonte, se vuelve clave analizar la función que desempeñan los sentimientos corporales y afectivos en la agencia epistémica, evaluando no solo su relevancia en la producción de conocimiento, sino también explorándolos desde una perspectiva en primera persona, que permita cuestionar incluso la noción misma de sujeto del conocimiento.

Esta apertura hacia modos encarnados y relacionales de conocer complejiza la figura tradicional del investigador, pero también la de las propias emociones, incluso aquellas que han sido aceptadas y valoradas dentro del campo científico. Nos invita a imaginar otras formas de práctica científica, donde razón y afecto no se excluyen, sino que se articulan. En este marco, me interesa especialmente pensar en las emociones no virtuosas: aquellas que no encajan fácilmente en los ideales normativos del saber, que no producen serenidad, curiosidad desinteresada o goce racional. ¿Qué hacer con ellas frente a la ciencia? ¿Qué lugar podrían tener la rabia, la frustración, el miedo o el desencanto en la construcción de conocimiento? Quizá también ellas formen parte de una epistemología más honesta, más situada y más profundamente humana.


  1. Fox Keller (2001) argumenta que, para comprender el desarrollo científico y sociopolítico del siglo XVII, es necesario reconocer el entrelazamiento entre las ideologías sexo-genéricas y las representaciones de la naturaleza, en el contexto del proyecto de institucionalización de la ciencia moderna.

  2. Fernández Rius (2012) propone que "de acuerdo con la concepción tradicional o concepción heredada de la ciencia, esta es vista como una empresa autónoma, objetiva, neutral y basada en la aplicación de un código de racionalidad ajeno a cualquier tipo de interferencia externa." (84-85)

  3. Las pretensiones de objetividad, neutralidad y verdad científica, lejos de ser exclusivamente técnicas, operan también como construcciones políticas que configuran jerarquías de legitimación del conocimiento. En este trabajo se discuten críticamente estas dimensiones, reconociendo que exceden lo estrictamente científico y requieren ser abordadas desde vínculos conceptuales situados que permitan desnaturalizar su autoridad epistémica.

  4. Las metáforas que describen la práctica científica continúan reproduciendo imaginarios de género en el lenguaje cotidiano. La oposición entre ciencias "duras" y "blandas", por ejemplo, construye atribuciones de dureza, objetividad y racionalidad a lo masculino, mientras que lo blando se vincula con lo femenino, lo subjetivo y lo emocional. Como lo señala Fox Keller (2001): "Cuando apodamos 'duras' a las ciencias objetivas en tanto que opuestas a las ramas del conocimiento más blandas (es decir, más subjetivas), implícitamente estamos invocando una metáfora sexual en la que por supuesto 'dura' es masculino y 'blanda' es femenino. De forma general, los hechos son 'duros', los sentimientos 'blandos'. 'Feminización' se ha convertido en sinónimo de sentimentalización. Una mujer que piensa científica u objetivamente está pensando 'como un hombre'; a la inversa, el hombre que siga un razonamiento no racional, no científico, está argumentando 'como una mujer'" (p. 152).