Estado del arte
Productividad científica y género: desigualdades estructurales
La desigualdad en la productividad científica no es una cuestión individual, sino el reflejo de una estructura académica históricamente asimétrica. Desde hace décadas, distintas voces han señalado que las oportunidades para hacer ciencia están profundamente atravesadas por condiciones de género, así como por factores raciales, de clase y territoriales, que afectan el acceso, la permanencia y el reconocimiento de las trayectorias los científicos. Aunque esta investigación se centra en las mujeres científicas desde una perspectiva de género, en primera instancia, es importante reconocer que las dinámicas de exclusión en la academia también deben comprenderse desde una mirada interseccional. Tal como lo plantea Viveros (2004), estas formas de opresión estructural se configuran a partir de la confluencia de múltiples desigualdades que median las trayectorias en la práctica científica.
Fox Keller (2001) por ejemplo, ha sido una autora bastante citada en trabajos académicos desde hace varias décadas por reconocer que las ideas de objetividad, razón y neutralidad científica han estado modeladas por una subjetividad masculina, que ha sido naturalizada como universal. En esa misma línea, Fernández Rius (2012) analiza cómo la baja representación de mujeres en ciertas áreas del conocimiento y en cargos de liderazgo limita la diversidad de perspectivas en la producción científica y restringe los marcos desde los cuales se construyen sentidos sobre el mundo. La ciencia, lejos de ser un espacio neutro, reproduce lógicas de poder que excluyen ciertas formas de saber, ciertas voces y ciertos cuerpos.
En esta misma línea, investigaciones recientes muestran que sigue operando la llamada "ventaja acumulativa" acuñada por Merton (1968), que funciona como un principio estructurador de la academia: quienes cuentan con redes, recursos, tiempo y reconocimiento publican más, acceden a mejores posiciones y continúan ampliando esa ventaja, mientras que otras trayectorias, como las de muchas mujeres investigadoras, a menudo quedan invisibilizadas o interrumpidas en el ámbito académico. Rajčan y Burns (2024), advierten que incluso pequeñas diferencias en productividad, aparentemente insignificantes, pueden ampliarse con el tiempo y convertirse en brechas estructurales. Esto no es una consecuencia de elecciones personales, sino el resultado de múltiples barreras como sesgos editoriales, una distribución desigual de las tareas académicas, docencia, gestión, extensión, una menor participación en redes de colaboración científica, y ambientes institucionales fríos, poco receptivos o incluso hostiles hacia las mujeres. (poner ibd)
Los estudios de Rajčan y Burns (2024), se basan en una amplia revisión de investigaciones previas (Bentley, 2012; Breuning & Sanders, 2007; Mayer & Rathmann, 2018; Sugimoto et al., 2013), que documentan cómo los hombres en la academia tienden a publicar más que sus colegas mujeres, especialmente en revistas de alto impacto. En el campo de la sociología, por ejemplo, se reconoce que las mujeres están subrepresentadas en los departamentos académicos de universidades pequeñas, y que aquellas con doctorado han asegurado haber recibido menos apoyo institucional para la publicación durante su formación (Wilder y Walters, 2020). Además, las investigadoras tienden a estar sobrerrepresentadas (carga mayor) en tareas administrativas y docentes, a ocupar empleos más inestables o a trabajar en especialidades con menor reconocimiento dentro del sistema científico.
A esto se le suma la persistente invisibilización de las mujeres en la producción de conocimiento. En Ramírez y Ruiz (2023), se destaca que las publicaciones científicas muestran que los hombres publican con mayor frecuencia y continuidad que las mujeres, perpetuando un patrón de exclusión que se vincula con la lógica de la productividad como medida de valor académico. Esta desigualdad no puede entenderse sin considerar las condiciones socioculturales extralaborales que moldean las trayectorias: la división desigual del trabajo de cuidados, los roles de género tradicionales, las brechas de edad, las diferencias geográficas y los sesgos editoriales que afectan tanto la publicación como la valoración de ciertos temas o enfoques.
El estudio de López-Aguirre y Farías (2022) permite una mirada situada al contexto colombiano. Aunque la participación de mujeres en publicaciones científicas ha crecido en las últimas décadas, la brecha de productividad también se ha ensanchado. Sus datos muestran que, incluso entre investigadoras con doctorado o en posiciones de investigación senior, la producción científica es menor en comparación con sus colegas hombres. Este hallazgo deja claro que no basta con acceder a la educación de posgrado ni con estar formalmente insertas en el sistema académico. Las trayectorias de las mujeres siguen atravesadas por obstáculos que no se resuelven únicamente con sistemas de mérito o mayor formación, sino que exigen transformar de fondo las estructuras que organizan la producción científica.
Efectos del contexto de los últimos 5 años en la productividad científica
La pandemia COVID-19 ha sido uno de los temas más trabajados en el campo científico en los últimos años. Producto de la revisión de literatura, se evidencia que si bien no introdujo nuevas desigualdades para las mujeres, sí profundizó en gran medida las existentes, volviéndolas más visibles (cada vez es más difícil cambiarlas -- no que sean invisibles). En el plano de la producción académica, desde los primeros meses de confinamiento comenzaron a circular estudios que alertaban sobre una caída preocupante en la participación de mujeres como autoras principales, especialmente en revistas de alto impacto y en áreas disciplinares tradicionalmente lideradas por hombres (como se cita en Flores Hernández (2022); Luna, 2020; Montes de Oca, 2020; Sáez, 2020).
Este preocupación no significó para diversos investigadores un dato sin importancia. Fue la evidencia de un problema profundo: la redistribución desigual del trabajo doméstico y de cuidados, que recayó de forma desproporcionada sobre las mujeres. Como señala Flores Hernández (2022) esta carga adicional afectó no solo los tiempos de escritura y publicación, sino también la permanencia de muchas investigadoras en el sistema académico y sus posibilidades reales de avanzar en sus carreras.
En ese contexto, mientras algunas personas, especialmente hombres, lograron sostenerse o incluso incrementar su producción académica, otras trayectorias quedaron relegadas, por la imposibilidad material de seguir participando con las mismas reglas. La literatura encontrada en este periodo, especialmente centrada en áreas de la salud, sugiere que no es sostenible continuar con los modelos de evaluación que premian únicamente la productividad medida en publicaciones. En este sentido, es importante repensar qué se entiende por mérito, impacto y trayectoria. Lo que permitió evidenciar la pandemia debe ser leído no como una coyuntura, sino como una realidad que puso en tensión los mecanismos estructurales de exclusión que todavía sostienen a la academia.
Perspectivas latinoamericanas y los efectos de los modelos de medición
El análisis de la producción científica ha estado históricamente atravesado por modelos de evaluación y métricas que no siempre logran reflejar la complejidad y diversidad de la producción académica, especialmente en contextos como el latinoamericano. Buena parte de los estudios sobre brechas de género en la ciencia han adoptado enfoques cuantitativos que privilegian indicadores como el número de publicaciones o el índice de impacto de las revistas, sin atender a las condiciones estructurales que condicionan esas cifras.
Flores Hernández (2022) argumenta que esta lógica de evaluación responde a un modelo neoliberal que privilegia la cantidad de publicaciones sobre la calidad y que, lejos de reducir las desigualdades, tiende a profundizarlas. En su análisis, destaca que el incremento en la participación de mujeres en la academia no necesariamente se traduce en mejores condiciones de acceso ni en una mayor igualdad para producir conocimiento. Por el contrario, los datos actuales siguen sin reconocer muchas de las formas en que las mujeres contribuyen a la investigación, especialmente cuando esas contribuciones no encajan con los parámetros hegemónicos de productividad.
Desde las ciencias sociales y humanas, estas formas de medición son objeto de crítica por reducir la calidad de la producción a métricas cuantitativas que desconocen experiencias, metodologías y epistemologías propias del Sur Global (se concentran en solo un tipo de productos que no son los más frecuentes para ciertas áreas, como por ejemplo ciencias sociales). Como lo señalan López-Aguirre y Farías, 2022), citando a Harding, Pérez-Bustos y Fernández-Pinto (2019), prácticas como el activismo político feminista, investigar otras ontologías o formas no institucionalizadas de producción de conocimiento deben ser integradas en las discusiones sobre evaluación científica, ya que aportan miradas fundamentales para entender las dinámicas de género, poder y conocimiento en América Latina.
A su vez, estudios como los Ramírez y Ruiz (2023) y López-Aguirre y Farías, (2022) subrayan que los sistemas de evaluación científica continúan favoreciendo a las instituciones y disciplinas dominadas por hombres, perpetuando así la invisibilidad de muchas mujeres académicas. Esta crítica exige cuestionar no solo las herramientas de evaluación, sino también las jerarquías del saber que ubican a ciertas disciplinas por encima de otras, en donde, además, estas últimas coinciden con una mayor presencia de mujeres. Pensar la brecha de género en la ciencia, entonces, requiere incorporar una mirada crítica que reconozca las especificidades del contexto latinoamericano. Esto implica valorar otras formas de producción, revisar los sistemas de evaluación vigentes y replantear los criterios de éxito impuestos desde modelos que no siempre dialogan con nuestras realidades académicas.
Afectividad, emociones epistémicas y producción del conocimiento
De acuerdo con Candiotto (2023), los estudios sobre las emociones y la producción del conocimiento han cobrado mayor fuerza en los últimos 30 años. Estas reflexiones han cuestionado, en particular, la separación tradicional entre razón y afectos en la producción de conocimiento, una división estrechamente vinculada a los discursos de la ciencia moderna. No obstante, a pesar de los avances teóricos, especialmente desde la filosofía, persisten vacíos significativos en torno al papel de las emociones en los procesos científicos.
Las investigaciones que exploran cómo las emociones influyen directamente en las prácticas epistémicas siguen siendo escasas. En la revisión del estado del arte solo se identificaron el artículo de Candiotto (2023) y el libro editado por esta misma autora (Candiotto, 2019), donde los estudios se centran, en su mayoría, en enfoques teóricos más que en análisis empíricos sobre cómo se despliegan las emociones en contextos científicos concretos. En estos entornos, las emociones suelen ser marginadas, consideradas irrelevantes o reducidas a experiencias individuales dentro de los procesos de validación del conocimiento.
En este contexto, el trabajo de la autora resulta fundamental, ya que proporciona una base teórica robusta sobre las emociones epistémicas, desde distintas tradiciones de pensamiento, destacando su rol esencial en la construcción de conocimiento. El amplio recuento que desarrolla propone una postura crítica a la concepción de que las emociones son una amenaza para la objetividad científica, argumentando en cambio que las emociones son constitutivas del pensamiento epistémico, al estar involucradas en la evaluación, la interpretación, la motivación y la producción misma del saber. Las emociones, como la curiosidad, la sorpresa o la frustración, no solo impulsan la investigación, sino que también guían la percepción y comprensión del mundo, contribuyendo a los procesos de descubrimiento y validación en la ciencia.
Al situar las emociones en el centro de la epistemología, se abre nuevas posibilidades para comprender el conocimiento como un proceso dinámico, que no puede ser reducido a un ejercicio puramente cognitivo. El enfoque de la epistemología situada, que además dialoga con la teoría de Haraway (1988), a mi criterio, y de las emociones corporizadas, que me parece que es de los conceptos más potentes de este trabajo, invita a repensar las relaciones entre los sujetos, las emociones y el conocimiento. Además, al integrar la dimensión social y contextual en donde se pone de manifiesto que las emociones no solo son individuales, sino que están profundamente imbricadas con las estructuras de poder, las relaciones sociales y las dinámicas culturales presentes en el entorno científico.
A pesar de la profunda contribución teórica de Candiotto (2023), aún se necesita avanzar hacia una producción empírica más extensa que no solo teorice sobre las emociones en la ciencia, sino que también documente cómo se manifiestan en los espacios concretos de trabajo académico y científico. Aquí es donde mi enfoque busca aportar una nueva perspectiva, introduciendo herramientas metodológicas que integren lo cuantitativo y lo cualitativo, con el fin de explorar cómo las emociones y las afectividades inciden en la producción de conocimiento, se negocian, chocan y son gestionadas dentro de las prácticas científicas cotidianas de las mujeres en Colombia.
En resumen, mientras lo encontrado para el estado del arte ha sido crucial para redefinir el rol de las emociones en la epistemología, es necesario seguir avanzando en la producción empírica para documentar cómo se configuran y gestionan las emociones en los contextos científicos reales. Mi propuesta busca enriquecer este campo, no solo con un análisis teórico, sino con herramientas metodológicas que permitan estudiar las [subjetividades]{.mark} en la práctica, integrando las perspectivas sociales, culturales y afectivas en la construcción del conocimiento.
Enfoques metodológicos y vacíos disciplinares
El estudio de la desigualdad de género en la ciencia ha estado marcado por ciertos patrones metodológicos y disciplinares que han delimitado tanto los enfoques posibles como los tipos de evidencia considerados válidos. En su mayoría, los estudios han privilegiado metodologías cuantitativas centradas en indicadores de productividad (publicaciones, citas, financiamiento) que, si bien permiten hacer visible la magnitud de las brechas de género, tienden a omitir dimensiones relacionales, afectivas y contextuales fundamentales para comprender dichas desigualdades en profundidad.
Por ejemplo, Rajčan y Burns (2024) examinan la productividad de estudiantes de doctorado en sociología en universidades australianas, encontrando que el género tiene un efecto poco significativo en el número de publicaciones o en la aparición en revistas de alto impacto. Sin embargo, advierten que estos resultados no son concluyentes y que otras formas de desigualdad como el acceso a redes de colaboración, financiamiento o posiciones de liderazgo, pueden no ser capturadas por este tipo de métricas. Este es, además, el único estudio identificado en ciencias sociales y humanas dentro de la revisión, lo que evidencia una importante laguna en la investigación sobre el tema desde estas disciplinas.
Desde esta perspectiva, se ha señalado un vacío importante en el uso de enfoques cualitativos que permitan explorar experiencias, trayectorias, redes de apoyo o exclusión, y procesos subjetivos vinculados al hacer científico. Estos enfoques no solo abren nuevas preguntas, sino que cuestionan el tipo de conocimiento que se ha producido como legítimo dentro del campo, y cómo esa legitimidad misma reproduce jerarquías epistémicas.
Asimismo, la producción académica sobre este tema ha estado concentrada en ciertas disciplinas (como la sociología o los estudios de género), mientras que otras áreas del conocimiento han permanecido relativamente ajenas o han abordado el problema desde marcos conceptuales más restrictivos. Esta distribución desigual evidencia una fragmentación en el campo, que impide una comprensión más transversal e interdisciplinaria del fenómeno.
Finalmente, algunas autoras han propuesto la necesidad de metodologías situadas, interseccionales y participativas que no solo recojan datos, sino que también permitan transformar las relaciones de poder que atraviesan la producción científica. De este modo, se plantea un giro metodológico que no se limita a mirar la ciencia desde fuera, sino que busca intervenir en su interior, abriendo posibilidades para imaginar otras formas de habitar y hacer academia.