Referentes conceptuales. Andamiajes para una datificación crítica de la violencia

A partir de la revisión de la literatura, de la enunciación del problema y de la definición de la pregunta y de los objetivos de investigación, este apartado condensa ejes conceptuales provenientes de la semiótica, de los estudios de violencia y memoria, del estudio de experiencias traumáticas, de la archivística y de la estética forense, desde los cuales se abordarán teóricamente los procesos de datificación crítica de la violencia 1.

Dimensiones semióticas del dato que registra violencia

Peirce desarrolló una categorización del signo que no únicamente toma en cuenta los aspectos simbólicos o de significado y significante que utilizó Saussure para su definición. Para Peirce hay íconos, índices y símbolos (Peirce, 1992). Actualmente, los estudios acerca de la semiótica más allá de lo simbólico complejizan el panorama de lo que entendemos por significación en muchos aspectos de la realidad. Chudy y Müller (2024) parten de un sesgo claro: "la capa semiótica se suele confundir con la capa simbólica", lo cual permite abordar los modos en que, por ejemplo, los estudios de medios han hecho históricamente a un lado a los signos no simbólicos que la materialidad de los medios producen. Esta especie de ceguera semiótica ha considerado a estos signos no como tales sino como "ruido", como "señales" o como "problemas de ingenieros", lo cual ha tenido serias implicaciones para entender el papel de los medios como productores semióticos y no sólo como soportes y transmisores en el proceso de semiosis. El foco de atención en valores categóricos dentro de registros de violaciones a los derechos humanos (testimonios y narraciones de sobrevivientes, descripciones oficiales de los hechos) requiere de un acercamiento semiótico capaz de abordar signos no simbólicos presentes en este tipo de archivos, así como tomar a los mecanismos de procesamiento y visualización de datos como productores y no sólo como portadores de sentido.

Para entender como signos no necesariamente simbólicos a los datos que registran la violencia, los estudios acerca del trauma social y de la violencia en conflictos de gran envergadura han puesto de relieve la naturaleza "inconceptualizable" de este tipo de experiencias. María del Rosario Acosta se refiere a cómo el trauma provoca un impasse cognitivo que impide que el sujeto la asimile, por lo que, a nivel mental, el trauma "permanece desconocido... en nuestro lenguaje" y "no apunta a nada más que a la incapacidad de la mente de procesar el accidente como evento, como experiencia" (Acosta López, 2017, pág. 89). En esta misma línea, Shoshana Felman (2017), leyendo a Benjamin, recupera el modo en que los soldados que volvieron de la primera guerra mundial perdieron "la capacidad de simbolizar", es decir, de contar lo que les había ocurrido, lo cual llevó a estudiar de nuevas formas lo que entendemos por silencio, así como las relaciones entre historia, memoria y testimonio. Así, por ejemplo el silencio, signo clave en estos registros, desde la semiótica de Pierce sería un tipo de signo que no requiere de palabras para evocar un significado, pero no una ausencia de significado. Los signos simbólicos pueden colapsar, pero esto no significa que se dejen de producir signos ni que se deje de producir semiosis. María Victoria Uribe y Rodrigo Parrini (2020) hacen referencia a los modos en que los signos simbólicos naufragan cuando se está frente a acciones violentas y a los efectos de estas acciones en contextos como el colombiano y el mexicano. Estos autores hablan de cómo "violencia y significación no coinciden", de escenarios donde "si bien algo se encuentra, no necesariamente se puede nombrar", así como de "discursos fantasmas" y de "sombras". Estas evocaciones invitan a abordar los datos que registran la violencia a partir de un nivel de complejización semiótica desde el cual lo que entendemos por signos y lenguajes en los que se expresa dicha violencia avancen hacia formas de pensar e interpretar la semiosis fuera y más allá de los signos simbólicos.

Norman Fairclough ha indicado que la noción de discurso bien puede pensarse como "semiosis, sugiriendo que al análisis del discurso le conciernen varias 'modalidades semióticas', de las cuales el lenguaje (escrito) es una sola" (Fairclough, 2023). Desde la lingüística y desde los estudios del discurso se han desarrollado perspectivas multifacéticas del discurso para fortalecer esta postura. Gunther Krees ha desarrollado la noción de multimodalidad para referirse a los múltiples "espacios y recursos que entran en el significado -del discurso- de un modo u otro" (Kress et al., 2000). Los módulos son los escenarios, los lenguajes y los canales que despliegan sentido en un discurso. Cada uno de estos módulos (escritos, icónicos, espaciales, de proximidad, etc.) han de ser analizados como elementos que dan cuentan de manera "parcial" del sentido de un discurso, expresamente, "language can no longer be treated as providing a full account of meaning but is seen as only ever providing a partial account". Para Kress, la semiótica social es la teoría que busca analizar la multimodalidad del discurso mediante la identificación de los módulos, de la naturaleza y de las características semióticas de cada uno, así como de las relaciones de poder que rigen los principios de orden mediante los cuales una comunidad produce significados.

Dicho lo anterior, desde una mirada peirceana, cuando la violencia alcanza niveles de brutalidad incomprensible rebasa y desborda la inteligibilidad de los signos y lenguajes simbólicos disponibles. ¿Qué tipo de signos produce la violencia extrema? ¿El hecho de que no produzca un lenguaje racional-logocéntrico hace que lo que produzca sean "señales" o "ruidos" carentes de significado? No, las formas brutales de la violencia no han de ser concebidas como signos simbólicos sino como signos icónicos o indexicales producidos por humanos.

¿Qué despliega, si no es un signo simbólico, la violencia? Cuando se despliega en sus formas más brutales, la violencia se despliega a sí misma de un modo fático y autorreferencial. En esos casos, la violencia despliega poder como significado, no como logos. A este tipo de signos se refiere también Rossana Reguillo cuando dice, acerca de las acciones del narcotráfico en México, que "frente a estas violencias, el lenguaje naufraga, se agota en el mismo acto de tratar de producir una explicación, una razón" (Reguillo, 2011).

Silencio, escucha y experiencia traumática

La violencia traumática, nos dice María del Rosario Acosta, "está también dirigida hacia destruir y controlar los medios para su representación". Esto supone una crítica al hecho de que uno de los filtros de validación de los testimonios de este tipo de violencias para su integración a carpetas de investigación o incluso para su registro oficial, sea que éstos posean una estructura o una gramática organizada de manera "clara" y "entendible", pautas de reconstrucción de la experiencia que precisamente hace estallar la violencia. Por el contrario, señala Acosta, lo común es encontrarse con que estos testimonios están "expresados en sí en silencio" o expresan "no meramente palabras -y su fallo en nombrar adecuadamente las experiencias en cuestión... (sino) también profundos y elocuentes silencios" (Acosta López, 2023).

Para María del Rosario Acosta, la voz afectada por el trauma "es una capaz de producir y también de demandar sus propias gramáticas para poder hacer que algo resulte audible y comunicable". (Acosta López, 2023). La escucha de este tipo de experiencias no consiste únicamente en tener la disposición a escuchar el testimonio de las personas, sino en desarrollar la capacidad de transformar el marco interpretativo o las gramáticas de estas experiencias, pues para la autora, las gramáticas son esos "marcos de arreglo de nuestra percepción y las jerarquías que gobiernan nuestros sentidos".

Frente a este tipo de testimonios es que la autora invita a desarrollar "formas de escucha radical", o lo que llama "gramáticas de lo inaudito", entendido lo inaudito como aquello que aún no es escuchado y como aquello que resulta indignante una vez se hace escuchar. Estas gramáticas abren "a site for listening to what does not ‘make sense’ as meaningful within available and hegemonic frameworks of meaning" (Acosta López, 2023), al tiempo que cuestionan y amplían lo que consideramos como "audible" y significante no sólo en términos semánticos sino, podemos agregar, desde marcos y despliegues semióticos no simbólicos.

Para registrar con atención lo inconceptualizable de la experiencia traumática, podemos acudir al supuesto de la lingüística interactual de que "cuando la gente habla, es incapaz de decir de manera suficientemente explícita todo aquello a lo que se refiere" (Jaspers, 2023). Esta "incompletud" del habla ha permitido desarrollar nociones como la de "conocimiento extracomunicativo" para entender cómo es que a través del contexto es que quien habla y quien escucha establecen relaciones semióticas que hacen el intercambio de significados más eficiente, y al mismo tiempo han contribuido a evidenciar el peso que tiene lo no dicho en una conversación.

Archivo y memoria

Para Diana Taylor (2011) el archivo está conformado por todo el material tangible o “núcleo duradero de registros” relacionados con la violencia ejercida para borrar vidas y memorias de las víctimas; en tanto que el repertorio “almacena y recrea la memoria ‘encarnada’, en resumen, todos los actos que suelen considerarse de conocimiento o “en vivo”, efímero, no reproducible” (Taylor & Fuentes, 2011). Es en las posibilidades de conjugación entre lo tangible y lo no reproducible, entre lo articulable y lo inconceptualizable que los estudios del performance llevan a cabo ejercicios para evidenciar los intersticios en escenarios de relaciones de poder dominantes. ¿De qué preguntas tendría que partir un proceso de datificación que busque integrar lo “no reproducible” del repertorio performático señalado por Taylor? ¿Es posible transmitir la memoria traumática a través de los datos que registran la violencia? ¿Es posible construir un dato que tenga estos fines? ¿Cómo se representaría este dato? ¿Qué intersticios en las relaciones de poder sería posible evidenciar a través de los registros datificados de acontecimientos traumáticos? Podríamos pensar en un tipo de “dato anclado”, que a diferencia del dato crudo (raw data) (Kitchin & Lauriault, 2014) del que parte la datificación dominante, puede asumir como su lugar de enunciación el desafío a las asimetrías en el pronunciamiento sobre una realidad traumática proveniente de violaciones graves a los derechos humanos. Podemos pensar en un dato social o anclado que parta de nombrar lo real desde una versión invisibilizada o invalidada por las autoridades o por una porción de la opinión pública, y en mecanismos de procesamiento y visualización de datos que busquen hacer visibles posicionalidades enunciativas cotidianas y símbolos no simbólicos, usualmente abordados desde instrumentos metodológicos etnográficos y/o sociolingüísticos, e igualmente excluidos de las formas tradicionales de análisis de datos.

Por otro lado, desde la archivística los registros que se toman como neutrales u objetivos corren el riesgo de contribuir a una lectura que petrifique lo registrado o lo encasille como un pasado acabado. Ariella Azoulay señala una “actitud instrumental” en la fotografía como archivo, que opera cuando “iconizamos” la imagen, es decir, cuando la cosa o persona que aparecen en una fotografía sustituye al acto del registro que supone la propia fotografía, de modo que se suprime el acto mismo del registro como lugar y práctica de mediación de la realidad, y al hacerlo, se convierte al registro en transparencia, en neutralidad, en objetividad, esto es, cuando se dota al registro de una suerte de soberanía sobre lo real, mediante la cual llega a sustituir lo que registra. La autora nos recuerda entonces que “la fotografía no documenta un concepto o demarca un evento, sino que es más bien un documento, el producto de un evento común para varios participantes” (Azoulay, 2014). Dicho esto, podemos afirmar que al igual que una fotografía, el dato numérico tiende a ser instrumentalizado y su “acto de registro” suprimido cuando se piensa que éste abarca al sujeto cuya práctica está documentando. Para contrarrestar esta actitud instrumental, Azoulay propone llevar a cabo “protocolos iconoclastas” para “destruir” los íconos producidos por las imágenes y restituirles su cualidad de documentos, es decir para situarlos y delimitarlos en tanto registros llevados a cabo en circunstancias históricas y políticas específicas.

Kitchin y Lauriault (2014), desde los ECD, se concentran en los mecanismos que operan como una suerte de bucle o camino entre instituciones, discursos y prácticas sociales con los que los procesos de datificación de la realidad se van concatenando para reproducirse, volverse referentes de sí mismos y consolidar la lectura de la realidad que datifican. Estos "ensamblajes" producen “motores de descubrimiento”, los cuales operan como un engranaje entre el conteo de información que refuerza la legitimidad de la cuantificación como registro válido de la experiencia, la creación de normas y correlaciones “neutrales” a partir de esta cuantificación, la toma de acciones para “cientifizar” todo el procedimiento y la reafirmación de la jerarquía de los hallazgos y de los métodos de datificación en cada ensamblaje. Este modelo resulta útil para estudios que buscan comprender cómo se construyen y entrelazan sistemas de regulación y normalización de la realidad a partir de sus respectivos ensamblajes de datos, pero también es útil para imaginar posibilidades de ensamblajes que partan de una epistemología alternativa de los datos, es decir que no coloquen en el centro la mirada pragmática y falsamente objetiva de la datificación dominante como eje del discurso de verdad que buscan producir. En este sentido, cabe pensar en ensamblajes que no tengan como objetivo calcular o predecir comportamientos, sino evidenciar, por ejemplo, visiones de un aspecto de la realidad sobre el que otro tipo de ensamblajes de datos amplían o consolidan discursos de exclusión o de perpetuación de un tipo de violencia. Se trata de una posible intervención, o profanación, de los efectos de los ensamblajes de datos y de sus motores que cuestione los alcances del registro, problematice los límites de la cuantificación de la experiencia, evidencie sus exclusiones y des-neutralice el recorte de la realidad histórica y políticamente situado que supone todo proceso de datificación de la experiencia.

Estética forense

Forensic Architecture (FA) ha desarrollado un marco conceptual para pensar y abordar las relaciones entré estética y política en investigaciones interdisciplinarias construidas a partir de archivos de violaciones graves a los derechos humanos. La noción de estética forense propuesta por FA coloca ideas clave para tomar en cuenta en una perspectiva conceptual hacia una datificación crítica de la violencia.

Para FA la noción de estética no se puede reducir ni a lo bello ni a la percepción humana, sino que abarca la condición de "sensor" de cualquier cuerpo o material. Los elementos que componen una ciudad, por ejemplo los edificios, funcionan como sensores de impacto de agentes externos (Forensic Architecture, 2017). Vista desde esta lógica, una maqueta es una "deformación material" producto de los impactos registrados por una construcción que atestiguó un acontecimiento. Siguiendo este supuesto, los conjuntos de datos pueden ser concebidos como "sensores" que registran impactos cuya ruta también puede ser focalizada y trazada críticamente, y no sólo medida. Las visualizaciones de datos centradas en la exploración de aspectos cualitativos y en particular en segmentos narrativos y testimoniales de violaciones graves a los derechos humanos resultan, desde esta mirada, "deformaciones materiales" de estos impactos y pueden ser también susceptibles de ejercicios de búsqueda de "señales débiles", referidas a aquellos aspectos que en su condición de elemento en apariencia no central, evidencian "the threshold of visibility, pushing against the flood of obfuscating messages, of dominant narratives, fabricated noise, and attempts at denial" (Weizman, 2014). Las señales débiles en los datos podrían ser conjuntos de signos no simbólicos (como el silencio), enunciaciones cotidianas (menciones a familiares, lugares, momentos del día) en apariencia irrelevantes debido a su familiaridad, o cadenas sintácticas que lleven a identificar encuadres políticos del discurso de un tipo de actores.

Desde estas nociones es posible anclar una datificación crítica de la violencia que siempre está políticamente situada y que se ubica en contextos de relaciones de poder predominantemente asimétricas. Por ello, parte de las indagaciones que resulten de los mecanismos de procesamiento y visualización de datos desde esta aproximación pueden contribuir a la noción de "foro" descrita por FA, la cual radica en que la curaduría de ciertos contenidos o el montaje de este tipo de investigaciones pensado para espacios ajenos a los tribunales judiciales, tiene como objetivo ampliar los escenarios de discusión pública de la información y de las versiones con las que se cuenta de un acontecimiento. En este caso, el montaje de estos contenidos puede contribuir a colocar el foco de atención en un nuevo tipo de "señales débiles" halladas en los datos, relevantes para fines de construcción de memoria histórica. El foro así entendido remite a un espacio donde la audiencia de la investigación tiene valor no sólo como lectora sino como generadora de conversaciones cargadas políticamente para evidenciar y/o impugnar la asimetría en las relaciones de poder en las que estos acontecimientos han tenido lugar.

En conjunto, estos referentes conceptuales permitirán abordar los valores categóricos presentes en registros de violaciones graves a los derechos humanos, así como contribuir a una mirada crítica sobre dichos registros cuya apuesta no sea la de medir la experiencia capturada en ellos.

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Un artículo resultado de una porción de este apartado está por ser publicado en la revista Signo y Pensamiento, bajo el título: Dimensiones semióticas y políticas del dato. Ruta conceptual y construcción de objetos para una datificación testimonial de la violencia.